La obra «El retrato de Dorian Gray» desorienta al espectador con su ingenioso juego de espejos y proyecciones, difuminando la línea entre el teatro y el cine. Vemos Sarah Snook, ganadora de un Emmy por la serie «Succession,» en vivo, encarnando 26 papeles sin perder un ápice de fuerza, haciendo temblar el escenario como un terremoto en su primer debut en Broadway. Pero también la observamos a través de las pantallas móviles que se desplazan por el escenario: a veces para reparar en un gesto en primer plano donde la actriz mira directamente a la cámara, como en un programa de televisión; otras para ver una escena grabada; y en ocasiones, solo se trata de imágenes deformadas, con filtros superpuestos, como los de Instagram, que distorsionan la realidad. Una estrategia magistral a la que Snook sabe sacarle todo el jugo con cambios de vestuario frenéticos y el uso de la voz del narrador intercalada entre personajes muy diferenciados, que dejan al espectador pegado al asiento durante las dos horas sin interrupción que dura el espectáculo.

El director, Kip Williams experto en esta técnica denominada “cine-teatro” que trae desde Australia (donde comenzó con la Compañía de Teatro de Sydney), ha revolucionado la escena, agotando las localidades en el West End de Londres (donde Snook obtuvo un premio Olivier) y ahora desembarcando en Broadway durante la primavera de 2025, en The Music Box. Sobre el escenario, los operadores de cámara son parte de la representación y de una coreografía ensayada al milímetro, donde al más mínimo de error sería catastrófico. Snook conoce al dedillo la cercanía de las cámaras y la exigencia de dicha precisión técnica debido a sus más de diez años de trabajo en televisión, pero también gracias a un esfuerzo preparatorio hercúleo y a su pasión por los desafíos.
El argumento de «El retrato de Dorian Gray» mantiene su frescura y modernidad desde su publicación en 1890. Inspirándose en los mitos de Fausto y Narciso, la historia narra la vida de Dorian Gray, un joven de gran atractivo que descubre los placeres y pecados de la madurez, al tiempo que es seducido y corrompido por Lord Henry Wotton, un hombre mayor con ideas perversas. Fascinado por la perfección de su retrato pintado por el artista Basil Hallward, Dorian expresa el deseo de que su juventud perdure eternamente, ofreciendo su alma a cambio de que el lienzo envejezca en su lugar. La producción explora las consecuencias de esta decisión, mostrando cómo Dorian enfrenta la separación de su alma, ahora confinada en la pintura.

La novela se publicó inicialmente por entregas en la edición de julio de 1890 de la revista mensual estadounidense Lippincott ‘s Monthly Magazine y recibió duras críticas por parte de la escandalizada sociedad victoriana de la época. The Daily Chronicle la tildó de “veneno moral” para las mentes jóvenes, mientras que las insinuaciones y la atmósfera homoerótica llevaron a The Scots Observer a considerarla un texto vergonzoso escrito para «nobles proscritos y telegrafistas pervertidos». Ante esta reacción hostil, Wilde revisó la obra, añadió seis capítulos y un prefacio para su publicación en formato de libro en 1891, donde defendía la autonomía del arte y negaba la existencia de libros morales o inmorales. Sin embargo, la controversia de «El retrato de Dorian Gray» y la percepción pública de la moralidad de Wilde contribuyeron al contexto y severidad de su encarcelamiento por indecencia grave basada en sus relaciones homosexuales.ales.
Por ello, para Sarah Snook el mayor placer de esta puesta en escena ha sido interpretar múltiples personajes masculinos y demostrar cómo el género puede ser también una representación, un constructo: “Lo que me resulta revelador es que los sentimientos son universales, tanto para hombres como para mujeres. Todos experimentamos las mismas preocupaciones o temores acerca de la belleza y el paso del tiempo, la percepción de los demás y de la sociedad, sin importar nuestro género.” En esta misma línea, Kip Williams considera “que es un gran triunfo lograr que esta historia se abra a todo el mundo, de modo que, sea cual sea tu identidad de género, puedas verte reflejado en [Dorian Gray]. Y eso resuena profundamente con la experiencia queer de Oscar Wilde.”

«¡Qué poderosas son esas tecnologías para convencernos de que nos vemos mejor así, o de que podríamos ser más felices así!,» dice Sarah Snook en esta entrevista.
En esta sociedad contemporánea, adictos a ver nuestra propia imagen en redes sociales, a retocarla y distorsionarla a nuestro antojo para que parezcamos jóvenes y bellos ante los demás, pero sobre todo para nosotros mismos, las obsesiones de Dorian Gray resuenan más actuales que nunca. En varios momentos de la obra, se utilizan filtros como los de Snapchat o Instagram, que vemos aplicados sobre pantallas gigantes. A través del selfie, los personajes se deforman, se transforman en otros, se persiguen, nos confunden, nos agobian, nos hacen reír histéricamente por lo absurdo y realista de lo que estamos viendo, la música estallando en nuestros oídos, revolviendo nuestras entrañas. Y pensamos que quizá la obra ya no sirva nunca más como advertencia. Quizá ya vendimos nuestras almas creyéndonos la mentira narcisista de que a través de las redes sociales nuestra belleza y juventud permanecerían para siempre intocables. Y mientras tanto vemos como nuestras almas se corrompen sin remedio, sin poder dar marcha atrás, llevándonos inexorablemente hasta la locura.