Desde que se alza el telón en Travy, el espectador se sumerge en una experiencia teatral tan única como desbordante. Bajo la dirección de Oriol Pla y el sustento de su propia familia como elenco, esta producción se presenta en el Teatro de La Abadía como una celebración de lo absurdo, lo íntimo y lo profundamente humano.
Lo primero que salta a la vista es la valentía con la que Travy transita por el vértigo de la autoficción. Oriol Pla, con una maestría deslumbrante, convierte su biografía familiar en un espectáculo que estalla en mil matices: comedia física, drama sincero, guiños al clown y la irreverencia de la performance se entrelazan con una fluidez que asombra. El resultado es un mosaico teatral cargado de una energía contagiosa y, a la vez, una melancolía que cala hasta los huesos.
El dinamismo en escena es un festín para los sentidos. Cada miembro de la familia Pla —Diana, Oriol, Quimet y Núria — aporta una chispa única que convierte la obra en una alquimia perfecta. La complicidad y el amor que se profesan en la vida real trascienden la cuarta pared y nos arrastran a un universo donde el espectador no solo observa, sino que siente que forma parte de algo profundamente humano.
Pero lo que convierte a Travy en un espectáculo inolvidable es su capacidad para equilibrar lo delirante con lo conmovedor. Entre carcajadas y situaciones extravagantes, emergen destellos de una sensibilidad extraordinaria. El espectáculo es un homenaje a la familia como un refugio tan bello como caótico, un lugar donde el amor y las contradicciones coexisten de forma arrebatadora.
Al final, Travy te deja con el corazón encogido, una sensación de haber presenciado algo tan íntimo como universal. Es un recordatorio de que el teatro, en su esencia, no es solo un espectáculo, sino un encuentro humano capaz de transformar y conmover.
Esta obra no solo brilla por su propuesta y dirección impecables, sino por su honestidad visceral. Travy se alza como un acto de resistencia: un canto a la libertad creativa, a la belleza del caos y a las emociones sin artificios. Diana, Oriol, Quimet y Núria nos regalan una pieza que no solo se ve, sino que se vive.