La cruda y solitaria realidad de ser ‘Animales de Compañía’

Lo que al principio parece una guía de instrucciones para proteger a alguien de la verdad y el sufrimiento (lo que todos llamaríamos una saludable «mentira piadosa», con muchas comillas) acaba siendo una profunda reflexión sobre la forma en la que nos relacionamos, en que nos acompañamos.
A lo largo de una sola noche, el poder de la mentira dirige y controla la trama de Animales de compañía, dirigida por Fele Martínez e interpretada por Carmen Ruiz, Laura Galán, Mónica Regueiro, Jorge Suquet e Iñaki Ardanaz.

Belén lleva meses en rehabilitación y Alex, que no ha logrado contarle la verdad en todo ese tiempo, se ve obligado a convencer al resto de seguir con la mentira durante la cena íntima de amigos que le dará la bienvenida, después del difícil trago que ha puesto en peligro su vida.

A pesar de que él se esfuerza todo lo posible por convencer al resto de ayudarle en su cometido, no les convence. Pero cuando llega la hora, ninguno de los otros amigos reúne valor para contarle la cruda realidad a Belén: Javi, su novio, se fue a vivir a Australia con una nueva pareja, y quien se está haciendo pasar por él en el móvil no es otro que Alex. Algo que todos saben, menos la propia Belén.

Pero la realidad es inevitable, y la ambición de inventar historias para esconder las propias inseguridades y crear una ficción donde cada uno puede convertirse en una persona mejor acaba con el fingimiento. La verdad, ya convertida en trapos sucios, saca lo peor de cada uno, como individuos y como colectivo. Los egos y las envidias conviven con el valor de la amistad y la sinceridad.

Una cruda, incómoda y solitaria realidad se abre frente al público, y demuestra la incomodidad evidente del suicidio, la incapacidad para manejar asuntos delicados, la condescendencia, el consuelo de la desgracia ajena… Una obra que, al fin y al cabo, consagra lo que todos sabemos y de lo que no nos atrevemos a hablar: la búsqueda desesperada de la compañía, incluso aunque sea aburrida, entretenida, torpe o vacía, que nos salve de nosotros mismos. Y también el hallazgo de la verdadera relación, en la que no existen apariencias, autoengaños o falsedades.

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